San Francisco – El rosal
La primera vez que oí de este plan no sabía muy bien si me estaban invitando o si simplemente me estaban contando. La historia de una caminata el próximo domingo venia de Silvana, una “trail runner” experimentada y no tenía claro a que se refería ella con una caminata suave. ¿Sera corriendo suave a ritmo de ella? Eso significaría la muerte para mí o ¿será en serio que va gente de todos los niveles? No me preocupe mucho más por el asunto y deje que los días pasaran.
Por lo general cuando se habla de un ascenso de 1500 metros, la gente tiende a paralizarse e inmediatamente aseguran que ellos no están en condiciones de hacer un esfuerzo de esa naturaleza. Lo que aprendí fue lo contrario, cualquier persona con el deseo de explorar la naturaleza está en condiciones de disfrutar de ella. Soy ciclista aficionado y para mis adentros pensaba que una caminata en ascenso de San Francisco a El Rosal, no se me podía salir de las manos, había hecho varias veces ese recorrido en bici. Lo que realmente me preocupaba era el ritmo de los caminantes.
Después de tener claro que era una invitación formal y que asistirían personas de varios niveles acepté el reto con confianza, no sin antes invitar a un amigo sueco, que sabía que caminaba más lento que yo, él era mi seguro en caso de que esta gente cambiara de parecer y decidiera subir a toda velocidad, Martin seria mi compañía en ese escenario. Seriamos los rezagados.
La cita fue en Granahorrar el domingo a las 6:30 de la mañana. Un pequeño bus nos esperaba y pronto se enrumbo hacia San Francisco, no pude ver muy bien quienes eran las personas que nos acompañaban en ese momento, pero de cierta manera me sentí a gusto.
Santiago y Wilo eran los organizadores de la caminata. Su fama los precedía; grandes corredores, entrenadores de grandes corredores, grandes caminantes. Wilo pareciera tener el mapa de Colombia con todos sus caminos a través de la montaña en su cabeza, cualquier conversación con él se tornaba fascinante al ver la propiedad con la que hablaba de valles, ríos y bosques.
Gracias a Silvana tenía muy claro cuál era la vestimenta que debía llevar. Iba listo para lo que fuera. Tenis aptos para la montaña, una pequeña maleta de caminante con suficiente hidratación, algunas bolas de energía hechas a base de frutos secos y nueces, un banano y un reloj para mapear el recorrido.
Lo primero que me sorprendió gratamente de la organización, fue que apenas el bus empezó a andar Santiago nos hizo entrega de unas pequeñas Ziploc con un kit, que para mis adentros denomine, de supervivencia. Allí había bolas de arroz, bolas de energía como las que yo traía, una barra de granola, un hidratante en polvo para agregar al agua y una manzana. Al ver esta bolsa pensé que venía bien preparado y que tenía el doble de todo. De hambre no iba a sufrir y eso ya era un alivio.
Tal vez lo único que me perturbaba en ese momento eran las rancheras que sonaban a todo volumen del radio del conductor, era demasiado para un domingo en la mañana, pero la idea de internarme en la naturaleza me hizo olvidar rápidamente de la incomodidad que esa música, a ese volumen y a esa hora del día me generaba. Las expectativas eran todas. Quería consumir montaña.
Legamos a San Francisco. Éramos 9 caminantes entre los que sobresalían una pareja, Cristina y Enrique , que tenía todos los gadgets habidos y por haber para una caminata de este tipo. Chalecos con acceso directo a través de pitillos a la hidratación, tenis de alta gama, gafas polarizadas, ropa comprimida, spray pimienta para los perros, hasta una especie de mascara tenia Cristina para protegerse del sol. Se veían temerarios, sobre todo cuando hablaban de sus innumerables caminatas alrededor del mundo. A ellos los acompañaba Paula que estaba más entusiasmada de empezar a caminar que cualquiera de nosotros, los ojos le brillaban de la emoción de estar en este plan. También había un francés un tanto tímido, corto de piernas, pero con la contextura de ese tipo de galos que seguro son indestructibles a la hora de caminar. Estaba Martin, mi amigo sueco, que pareciera solo estar concentrado en una búsqueda exhaustiva del “palo” perfecto que hiciera las veces de bastón para la jornada que se nos venía encima. Tal vez la más miedosa de todas era Laura, había empezado a entrenar hace poco con Santiago y la idea de estar caminando por la montaña le producía algo de incertidumbre, en algún momento pensó en abandonar antes de comenzar, pero Silvana y yo la convencimos de que estaba lista. Me sentía raro asegurándole que era una caminata suave cuando yo no lo tenía del todo claro.
Comenzamos a caminar e inmediatamente Laura se quedó rezagada, el paso era suave pero constante, todo el mundo parecía ter un buen ritmo para caminar. El grupo se dividió en tres y así caminamos los 12 kilómetros en ascenso de ese día. Un grupo que caminaba más fuerte donde estábamos Silvana, Enrique, Cristina, el francés y yo. Un segundo grupo donde iban charlando sin parar Santiago, Martin y Paula y una tercera pareja con Wilo y Laura. Eso tal vez fue lo que más me gusto de la parte física de la caminata. Santiago y Wilo tenían todo controlado para acompañar a cualquier persona de cualquier nivel. Ahí fue donde entendí que lo importante aquí era el deseo de estar en la naturaleza y no la velocidad con la que caminas.
El recorrido fue espectacular, es difícil encontrar palabras para explicar lo que produce la cercanía a la naturaleza en mí. Es como estar conmigo realmente. Era una caminata desde San Francisco a 1500 msnm a la sabana de Bogotá a 2600 msnm. El límite de la sabana tiende a ser siempre muy nublado debido a que las nubes parecieran estrellarse contra esa meseta a 2600 metros de altura. Es increíble pensar que a esta altura pueda existir una superficie de tierra tan extensa y tan plana. Ese día las nubes aparecían y desaparecían intermitentemente. Había momentos de neblina y había cortos momentos de sol, eso hizo que la temperatura a la hora de caminar siempre fuera ideal. No hubo frío ni calor.
El camino comenzó siendo una carretera destapada, al final de esta carretera llegamos a una pequeña casa campesina. Era impresionante ver lo desconectada y lo cerca que estaba del pueblo. Parándose en la entrada de la casa solo se veían montañas a 360 grados y ninguna otra construcción. Era un sitio paradisiaco para vivir, como sacado de Game of Thrones. Un niño de unos 4 años que habitaba en la casa no dejo de mostrarnos todos y cada uno de sus juguetes, él se sentía orgulloso de ellos y nosotros nos sentíamos fascinados de solo estar ahí, en su casa.
Una vez se reunió el grupo comenzamos a caminar nuevamente, la carretera se volvió un sendero entre dos fincas y pronto se convirtió en un camino tupido de vegetación. Silvana sentía una especial fascinación por estos lugares donde la naturaleza como que lo envuelve a uno, no donde es solo contemplativa como una playa o un desierto sino donde verdaderamente te abraza, donde las vistas dejan de ser lejanas y todo es una sucesión de primeros planos. Mariposas, insectos, colibrís, el sonido del agua, el ascenso constante. Todo esto hizo de esta parte del camino su preferida. Atravesamos un rio, tomamos un par de fotos, comimos algo, tomamos agua. Todo parecía tener su tiempo y su espacio. Era como si habitáramos la montaña por un día, como si fuera nuestra casa y supiéramos exactamente donde estaba todo, hasta el baño.
Este sendero termino en la terraza de una casa neo colonial, con una de las mejores vistas que se puede tener desde la sabana hacia el inmenso valle del Magdalena. Nos contaba Wilo que en días despejados se podían ver los nevados de la cordillera central. Solo podía pensar que cualquiera que fuera el dueño de ese lugar tenía una especie de paraíso sabanero inigualable y que ojalá lo apreciara tanto como nosotros. Martin ya estaba pensando en ahorrar para comprar un sitio similar, estaba tan feliz como un sueco en el trópico puede llegar a estar.
Nos tomamos la foto de rigor y emprendimos los últimos dos kilómetros que ya estaban en la sabana como tal. Vimos uno de los últimos bosques de robles que aún existen en la zona, nos contaba Wilo que todos habían sido arrasados para construir bancas en iglesias coloniales. En ese bosque vimos un águila, creo que nunca había sido consciente de tener la certeza de ver un águila. Algo tan simple como eso me deslumbro. Luego el bus, el silencio, el cansancio y la satisfacción de haber pasado un domingo que sé que voy a recordar para siempre. Tener la certeza que prefiero esto mil veces antes que un domingo de pizza y netflix.
Crecer en Bogotá, donde las montañas son tan presentes, pero a la vez tan distantes es una paradoja muy difícil de entender. Es increíble que, no solo los cerros orientales, sino los sistemas montañosos de la sabana estén tan cerca y a la vez sean tan difíciles de explorar. ¡Son tesoros escondidos a pocos kilómetros de nuestras propias camas! Gracias a las caminatas de Santiago y Wilo con su marca SR24FIT tenemos la oportunidad de conquistar de una vez por todas estas montañas. Conquistarlas hoy en día es recorrerlas, admirarlas y hacer todo lo posible para preservarlas tal como están o inclusive mejor.
Si vuelvo a oír de un plan de este tipo de SR24FIT seguro me uniré, así no me estén invitando.
Camilo, ciclista y caminante